domingo, junio 24, 2007

Agraciadas vendoletas

Tanto tiempo tratando de encontrarle sentido al absurdo, de buscar la novedad en la apatía mecánica del mundo. Cuánto dolor innecesario he acarreado y evocado en llagas, contracturas y fracturas por el solo hecho de no fluir con la realidad.

Con tantas vueltas al sol y todavía deambulé ayer con raspones a flor de piel. Eso sí, cubriéndolos de curitas de vergüenza y sin dejarles respirar. Y como siempre, la luz del sol resultó ser el mejor desinfectante. Bastaron una pizca de valor para mostrarlas y drenar el reclamo por las carencias de mi niño interior. Igual que se desprende uno de la vendoleta de la autocompasión, así salieron. De un tirón.

Demasiados años con el corazón encogido, sin regocijo pleno en la vida. Y sentir ahora lo rico que es el helado de limón, carcajearme mientras juego al drama sin el menor respeto por Shakespeare y dejar de engullir cuando ahíto estoy. Se disuelven las torceduras de años, al ejercitar nuevos modos de estar. Qué bárbaro. Tanto placer escondido en la cotidianeidad y tan sencillo que es reaprender a apoyarse, abrir el pecho y confiar.

¿Y esa fractura de suspicacia con la que ando cojo por la vida y me ha dado un toque de excentricidad? Pues bien, sana de modo sutil, más allá de toda lógica y verdad. Es ungüento de gracia que llega al pedir y esperar. Don de vida, que alimenta también a la luz desinfectante y a los nuevos modos de estar. Gracia es comezón cuando cae la costrita, confianza al apoyar de nuevo un pie y regocijo por el regalo de estar.

© clipp, 24 de junio de 2007
Ricardo Medina Covarrubias

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