viernes, mayo 18, 2007

Conciencia de ti

La primera vez que me asomé a tus ojos, no pude contener júbilo de reconocerme en ti. Salí desnudo y feliz, gritando por las calles del encuentro, con el regocijo a flor de piel. Y me encontré también con mil locos entusiastas, igual de deslumbrados e igual de santos, bailando espontáneamente en hermandad.

Aprendí entonces que tus ojos son cualquier par de ojos y comenzó a dolerme tanta inequidad. Me irritaron la injusticia sistemática, el vandalismo corporativo y la rapiña planetaria. Acaricié cada vez con más nostalgia la idea de regresar a la edad de la inocencia, cuando todo estaba bien.

Recién, al darme cuenta que también he esgrimido la daga de la traición, he tocado fondo. Pareciera que después de todo no hay remedio para la raza. Haría falta otro borrón y cuenta nueva en forma de un gran asteroide o alguna guerra biológico-nuclear. Pero en mis borrascas deprimentes me faltó notar el aliento de tu contacto. Perdido en un discurso autogenerado, necesité del silencio para aprender a confiar otra vez.

Después de deambular errante y sorprenderme en el vértice de la tragedia, me refugio ahora en ti. Tu mirada, paciente y sutil, me lleva de nuevo a verdes praderas para reparar mis fuerzas. Hay regocijo nuevo en tu mirada, ahora, con aliento recobrado, busco más instantes eternos, sabiéndolos perennes y elusivos a la vez.

Los ciclos son de extensión exacta y todo sucede sin razón obvia en el momento, para poderlo resignificar. Por todo lo que ha sucedido, gracias. Para todo lo que vendrá, la respuesta es sí.

© Ricardo Medina Covarrubias, clipp
18 de mayo de 2007

-- dedicado a un budista y a un ateo, entrañables.

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Los refranes torcidos de la (in)justicia mexicana

Bien dice el dicho que la voz del pueblo es la voz de Dios. Y es que la gente, en su vivir cotidiano, sintetiza en frases poderosas su experiencia, su aprendizaje y su capacidad de educar a otros en sentencias memorables y breves. Sin embargo, el refrán popular puede torcerse con perversión. Se genera así una aberración ingeniosa y provocativa, que genera desazón más que sabiduría. No crea esperanza sino división. En lugar de alimentar el progreso provoca escepticismo y resignación.

La justicia mexicana cuenta con un interesante repertorio de refranes torcidos. Nos encontramos algunos orientados a la desconfianza procesal, otros a la presunción de culpabilidad, a la inequidad, a la resignación y hay algunos que incluso rinden tributo a la opacidad del sistema.

La desconfianza procesal no es nueva. Ya decía Quevedo que donde no hay justicia es peligroso tener razón. ¿Será acaso que los españoles -de quienes hederamos el sistema inquisitorio- sufrían ya de los defectos del modelo? Algunos refranes torcidos transpiran ambigüedad como más vale malo por conocido, que bueno por conocer. ¿O será al revés? La cosa es que hay que dudar del sistema porque en arca abierta, hasta el justo peca. Estas torceduras seguramente no existirían si los procesos judiciales estuvieran abiertos al escrutinio de la ciudadanía.

Hace poco escuché comentar que todo mundo es inocente hasta que es inculpado. No me sorprende. Dado el repudio que le tenemos los ciudadanos al sistema de administración de justicia, basta saber que alguien ha estado involucrado en algún proceso para que reciba, en el mejor de los casos, miradas de reojo y comentarios por lo bajo. ¿Dónde quedó la presunción de inocencia? Los policías que se dedican a gestionar la justicia son “judas” en clara alusión a que traicionarían a mismísimo Jesucristo por veinte monedas. Y cuando alguien es asesinado, pues “lo ajusticiaron”, como si toda sentencia tuviera que ser condenatoria y de muerte. No falta en ambientes de negocio la frase de efectividad mal aplicada que reza primero dispara y después viriguas. Esta frase comenzó a utilizarse para ejecutar presuntos delincuentes en la vía pública a principios del siglo pasado; por lo visto no hemos avanzado mucho en crear un sistema que otorgue garantías a todos los implicados.

La inequidad cala hondo en nuestro modo de pensar, al grado que nos parece natural que al perro flaco se le carguen las pulgas o que se haga leña del árbol caído, que es lo mismo. ¿Dónde quedó nuestro entendimiento de “Justicia”, que consiste en darle a cada quien lo que le corresponde? El refrán torcido que promueve la inequidad tiene variantes igual de siniestras, como aquella que proclama la incompatibilidad entre el progreso y otro tipo de valores. Quizá por eso somos pobres pero honrados. Otra vertiente indica que está bien aplicar la ley, siempre y cuando sea a un tercero y no a nosotros mismos. Por ello decimos hágase la voluntad de Dios, en los bueyes de mi compadre. En fin, mientras sigamos convencidos que la inequidad es natural, seguirán pagando justos por pecadores.

Personalmente, el tributo a la opacidad me hace hervir la sangre, pero no me atrevo a decir quién lo aplica, porque se dice el pecado, más no el pecador. La valentía dejo de ser una virtud en el momento que ocupó su lugar la conveniencia -disfrazada de prudencia- bajo la bandera de que la ropa sucia se lava en casa. Nos urge ya cambiar de mentalidad y transformar las reglas con la convicción de que si algo tiene que ser secreto, lo más probable es que no sea correcto.

Cierro el repertorio de refranes torcidos con aquellos que nos atan a la pasividad: uno que borda sobre el pensamiento mágico de que las cosas algún día cambiarán y otro que lo contradice al afirmar que las cosas no tienen remedio, por lo que más vale resignarse. No hay mal que por bien no venga contra el que reza el que nace pa’ panzón, aunque lo fajen de chiquillo. Este par aniquila, entre otras cosas, las posibilidades de mejorar el sistema y la rehabilitación social.
Los refranes torcidos de nuestro sistema de justicia están cargados de inequidad, resignación y desconfianza. Pero si su mención es incómoda y cínica, el problema no radica en que existan, sino en que reflejan las reglas que hemos creado para resolver las diferencias, las conductas indeseables y los desajustes sociales.

¿Quién puede en su sano juicio estar de acuerdo con resignarse a la inequidad, la opacidad y la desconfianza? Yo no, y espero que tú tampoco. Ya es momento de que la justicia mexicana cambie. Actualmente hay iniciativas de reforma del estado en el Senado y de reforma al sistema de administración de justicia en la Cámara de Diputados Federal. A los señores legisladores les toca hacer realidad el cambio y a nosotros los ciudadanos solicitar que se haga.

La justicia mexicana necesita además de algunos verdaderos refranes para transformarse en el sistema que queremos. Requiere abrir posibilidades para procesar las diferencias y ser más expedita. Citando a de la Bruyére, hacer esperar a la justicia es en sí una injusticia. No podemos conformarnos y decir que las cosas así son, pues sabemos que un mal de muchos es consuelo de tontos. La justicia necesita cambiar de reglas para asegurar que se le da a cada quien lo que se merece. Que tengan las bandas criminales bien presente que a cada chancho le llega su San Martín. Finalmente –y como apuntó Sócrates- debemos resignificar el gran valor que tienen nuestros jueces permitiéndoles estar en contacto con la comunidad, pues cuatro características corresponden al juez: escuchar cortésmente, responder sabiamente, ponderar prudentemente y decidir imparcialmente.

© clipp, Ricardo Medina Covarrubias
Publicado en diario el Norte, 10 de Marzo de 2007

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